THE RISE & FALL
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Jordana Von Delft era una chica de belleza
extraordinaria, una belleza de esas ambigua, rara, casi surreal, sin embargo
completamente irresistible. Jordana era
alta y muy delgada, tenía un cabello color marrón, largo y sedoso, el cual
siempre llevaba recogido en alguna especie de moño complicado, sobre su rostro
se posaban un par de labios carnosos, inyectados de sangre carmesí los cuales
brillaban en comparación a su piel, una piel digna de ser comparada con la más
fina de las porcelanas, blanca, etérea, inescrutable, la piel de una muñeca
rusa. Y por encima de todo, un par de ojos gris claro que lograban desnudar
cualquier alma, leer cualquier mente y romper hasta el más fuerte de los
corazones. Sí, Jordana era hermosa, frágil, elegante, capaz de embrujar a
cualquiera, pero existía una grieta en aquel rostro marmóreo, una mínima pero
delatadora grieta que dejaba ver a quien fuera lo suficientemente valiente para
atreverse a hacerlo, una grieta que dejaba ver dentro de su corazón podrido, un
corazón corrompido por la amargura y la envidia, lleno de anhelos y deseos cubiertos por un manto de perpetua obscuridad, pues su propio corazón se
había roto hace ya muchos años y lo había tratado de enmendar sin éxito desde
entonces.
Jordana Von Delft, provenía de una familia
aristócrata perfectamente acomodada en un lujoso apartamento en Park Avenue,
sin embargo detrás de las paredes empapeladas y los muebles tapizados en telas
finas se escondía una profunda crisis económica, sólo sobre llevable gracias a
las apariencias y un nombre poderoso. Desde niña Jordana había soñado con ser
una bailarina de ballet, asistió a las mejores escuelas, convivió con los
mejores maestros y aguantó jornadas enteras parada en dos puntas, con los
pequeños dedos de sus pies quebrándose detrás del suave algodón de las
zapatillas de baile, hasta que lo consiguió, a los dieciséis años y siendo la
bailarina más joven de la compañía, Jordana estelarizó veintidós funciones de
gala del cascanueces junto con el ballet Bolshoi. Los periódicos y revistas de
moda la llamaron la mejor bailarina de su tiempo, las bailarinas más viejas la
contemplaban llenas de envidia y rencor,
los “socialites” de la escena elegante de Nueva York hablaban con
deleite de ella en cenas y fiestas de cóctel, por un momento lo tuvo todo, la
gloria, la fama, los finos trajes de baile bordados en seda y lino, la
aceptación del público, la erizarte sensación de miles de manos batiéndose en
aplauso emocionadas al acabar sus funciones, absolutamente todo fue de ella,
por lo menos hasta que un aterrizaje en falso después de un “grand plié”
arruinó por completo su baile, su fama y lo peor de todo, sus oportunidades
dentro del mundo del ballet. El incómodo silencio de la gente en el teatro no
fue nada, al cabo de unos segundos, el nombre “Jordana Von Delft” fue borrado y
olvidado por completo de la cabeza de todos, los gráciles brincos y volteretas
dejaron de existir sobre los escenarios hasta quedar arrumbados en una
habitación llena de trajes incompletos, la gloriosa música de Tchaikovski ahora sólo sonaba dentro de su
propia mente, y las lágrimas amargas recorrían sus mejillas cada que sus
deformados pies se ponían unas gastadas zapatillas de satín rosa, para bailar en
silencio durante su turno de descanso pues ahora era ella quien cosía días y
noches enteras hermosísimos vestuarios para las “primas ballerinas” del ballet,
quienes no se dignaban ni a mirarla en las pruebas de vestuario.
DIEGO F.
DIEGO F.
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